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  • Foto del escritorIngrid Usuga

Voluntad invencible: 1917, de Sam Mendes

Voluntad invencible

“La mayor prueba de coraje en la tierra es superar la derrota sin perder corazón”

-Robert Green Ingersoll


La guerra es material fértil para alimentar las historias del cine. El conflicto en sí, la sinrazón del enfrentamiento armado, los aspectos sociales y políticos derivados de él, las víctimas, los victimarios, el heroísmo, la destrucción y la esperanza amalgamadas. Todo ese drama humano ha sido recogido por el cine y transformado en películas que son –algunas- exaltación de la valentía, mientras otras son críticas frente a los verdaderos motivos que llevan a los hombres a aniquilarse entre sí. De todas las guerras retratadas en la pantalla de cine, quizá sea la Primera Guerra Mundial la más cruenta de todas, la más absurda y violenta. 1917 (2019), de Sam Mendes. Transcurre precisamente en esa confrontación: las tropas británicas desplazadas a Francia, luchando contra el enemigo alemán.

Esta película es la recopilación de las anécdotas contadas por el abuelo del director, Alfred Mendes, convertidas por Krysty Wilsn-Cairns y Sam Mendes en un guion. El relato nos expone al cabo británico Tom Blake (Dean-Charles Chapman), que fue llamado por sus superiores a que eligiera un compañero, William Schofield (George MacKay), para que lo acompañara a enviar un mensaje a los oficiales de otro batallón británico –donde estaba el hermano mayor de Blake- que se encontraba cruzando uno de los límites del espacio de las tropas alemanas, que supuestamente se habían ido de allí; si los británicos atacaban iban a caer en una emboscada y el hermano de Blake, un teniente, posiblemente moriría. Así, que este objetivo -entregarle un mensaje al batallón del Regimiento de Devonshire para que cancelaran su ataque- se convirtió en una carrera contra el tiempo, contra las adversidades del camino, contra los disparos enemigos, mallas puntiagudas, contra el hambre, sueño, sed frío… todo lo peor posible imaginado.

El primer plano secuencia del filme se fue prolongando y convirtiendo en una vivencia cara a cara del espectador con los personajes, un movimiento que parecía infinito y que fue el encargado de llevarnos paso por paso, y con el que parecía que no se nos escapaba nada, que no perdíamos ningún detalle del recorrido de estos dos militares. Esta manera de ver esta historia, hace que, además de que ya de por sí el cine nos toca emocionalmente, ahora estuviéramos no solo sensibilizados, sino viviéndolo al lado de los protagonistas al mismo tiempo. Íbamos como en un ascensor, en el que subíamos a gran velocidad al piso superior de un rascacielos y que nos quedábamos allí arriba, además, claro está, potenciado por una música extradiegética fenomenal, compuesta por Thomas Newman.

Aunque algunas de las películas anteriores de Sam Mendes, personalmente no fueron de mi gusto pleno, debo decir que esta me dejó sin palabras, sorprendida y receptiva. Fue la combinación de una puesta en escena perfecta, un reparto deslumbrante, unos efectos visuales reales y convincentes, con unos planos secuencias prodigiosos.


El virtuosismo de este recurso técnico es de tal dimensión, que nos hace olvidar que el relato que Sam Mendes propone se extiende más allá de los límites que un rodaje sin cortes implica. Esto dice mucho del grado de dramatismo de los hechos descritos en 1917, pero también nos habla del grado de manipulación que logra un director cuando se propone, echando mano a la técnica,  conmovernos y hacernos creer que la cámara siempre estuvo ahí acompañando a los soldados.


Pero, pese a que en cualquier sentido técnico 1917 pudo ser impecable, la narración como tal, en la que un soldado es utilizado para enviar un mensaje urgente que podría salvar la vida de su hermano, más allá de los miles de hombres que pudieran morir. La película fue la descripción perfecta de lo que la voluntad del amor puede llegar a salvar o a derrumbar.

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©Ingrid Úsuga

Crítica de cine y nadadora artística profesional

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