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  • Foto del escritorIngrid Usuga

Las raíces, nuestra verdad: La Pointe-Courte, de Agnès Varda.

Las raíces, nuestra verdad


“Yo no elegí amor a cualquier precio. Te elegí a ti. Para amarte mucho, y luego tal vez un poco menos... pero siempre contigo.”

-Philippe Noiret, en La Pointe-Courte


Con tan solo 26 años de vida (tres años después de haber descubierto su pasión por la fotografía), la joven Agnès Varda realiza La Pointe-Courte (1954), sin saber que en un futuro iba a considerarse la pionera y “abuela” de la Nueva Ola Francesa. Además, precursora en el empoderamiento de mujeres en dirección cinematográfica: "Sugerí a las mujeres que estudiasen cine. Les dije: "Salid de las cocinas, de vuestras casas, haceos con las herramientas para hacer películas". Una indiscutible inspiración plasmada para el resto de la eternidad.


Cuando la película se estrenó en París en 1956 ya se había mostrado en el Festival de Cannes del año anterior. Allá André Bazín la había elogiado: “Hay una libertad total en el estilo, que produce la impresión, tan rara en el cine, de que estamos en presencia de una obra que obedece únicamente a los sueños y deseos de su autor, sin otras obligaciones externas”. Por eso, cuando se vio en París, no pasó inadvertida para Truffaut que la consideró “un trabajo experimental, ambicioso, honesto e inteligente”. "El primer sonido de campana de un inmenso carillón", profetizará Jean de Baroncelli en el periódico Le Monde. Cinco años antes de la “nueva ola”, Agnes Varda hacía una película que incorporaba todos los postulados de ese movimiento: amateur, filmada con medios improvisados, en locación, con luz natural y distribuida fuera del circuito económico tradicional.


Su ópera prima en esencia, muestra a la Pointe Courte, un barrio de Sète, un pequeño pueblo pesquero ubicado en Francia y desnudado completamente por esta joven directora a través del lente; por lo que quedan expuestas sus costumbres, sus habitantes, sus gatos y, además, paralelamente entran en juego una pareja que se reencuentra allí. Él (Philippe Noiret) -que está completamente tranquilo y satisfecho con lo que ambos tienen-, es ciudadano local y ella es parisina (Silvia Monfort) -que se cuestiona porque anhela algo que no sabe si tiene estando con él-. Este acercamiento después de varios días separados tiene como objetivo para ella en terminar la relación. A partir de allí, la travesía tanto de ella como del espectador es redescubrir a esa persona con la que compartió mucho tiempo, es volver a amar a alguien desde la aceptación, aceptando lo más honesto de su ser, sabiendo que tiene un pasado incambiable.


Alternando con el drama de la pareja, la película consiste en mostrar el lugar desde una cámara invisible, en donde las imágenes sonoras, además, aparecen al ritmo que el pueblo con sus habitantes se mueve, al toque que cada uno de ellos le dé naturalmente, como si Agnès Varda hubiera visto el cine del neorrealismo italiano. La cámara pasa a través de sus cortinas, de sus ventanas abiertas. Esta película rompe esquemas de lo que es una narración lineal, en la que su personaje principal al inicio es la ciudad con sus habitantes y en otra sección, son solo dos personajes que nunca antes se habían mostrado. Cabe resaltar que este pueblo fue un refugio para Agnès y su familia durante toda la Segunda Guerra Mundial, por lo que se podría explicar el protagonismo y la unión de toda la narración a este “nicho principal”: Sète, que combina emociones sociales, con las emociones privadas vividas en carne y hueso.


Aquí se expresan las “diferentes etapas” que esta relación en particular, pudo tener en la “transformación” de su amor a través del tiempo. La narrativa está enfocada en la etapa del “amor maduro”.


Ella: “¿Nos amamos de verdad o vivimos juntos por costumbre?”

Él: “¡¿Qué?! El primero que se harta debería irse... si su corazón así lo indica.”


¿Qué es lo correcto hacer cuando llegamos a una etapa racional y reflexiva a cerca de nuestro amor por el otro? ¿Cómo debemos actuar cuando ya somos conscientes de qué nos gusta y qué no? ¿Podemos tener las agallas suficientes para aceptar al otro en su imperfección vista desde nuestro lado, según nuestras necesidades?


El amor a medida que “madura”, también se vuelve más profundo, más crítico y más claro; pero también se vuelve más apegado y noble. Todas las historias de amor pueden tener diferentes maneras de evolucionar, pero podría decirse que cuando se llega a este punto, es un momento clave y decisivo para seguir, o para declararlo como victoria o definitivamente una guerra perdida; porque el amor es eso, una constante explosión de emociones, de alegrías, tristezas, miedos. Quizá Agnès Varda, se estaba preguntando por algún tipo de amor en ese entonces y lo quiso estampar en esta hermosa película.


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©Ingrid Úsuga

Crítica de cine y nadadora artística profesional

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