Honestidad marchita
“Si la escritura es honesta no puede ir separada del hombre que la ha escrito”
-Tennessee Williams.
Françoise “Frankie” Crémont (interpretada por Isabelle Huppert), es una estrella de cine y TV, que planeó unas vacaciones familiares en la ciudad portuguesa de Sintra. Frankie está enferma, por lo que ha organizado esta reunión familiar para verlos a todos, no sabe si por última vez.
Frankie viajó con su hijastra Sylvia (Vinnette Robinson), su hijo Paul (Jérémie Renier), un soltero con muchos desequilibrios emocionales. Además, invitó a su esposo actual Jimmy (Brendan Gleeson) y a su ex esposo, Michel. Sylvia, además trajo a su esposo Ian y su hija Maya, una adolecente. Frankie también se las arregló para invitar a una amiga estilista, Ilene (Marisa Tomei) a quien considera como un buen prospecto para comprometerse con su hijo…
A Frankie, nos la muestran como alguien egocéntrico, egoísta, exuberante y siempre con actitud de control de las situaciones y de su familia. En cada diálogo y conducta podemos observar la grandeza de la actuación de Isabelle Huppert, sin embargo, tuvo en su contra un guion lleno de ausencias y sinsabores. Todos los personajes del filme giran alrededor de la pregunta humana sobre la muerte, lo que pasará después de ella, se preguntan por la ausencia y por el desamor. Vemos en pantalla toda esa angustia y tristeza en ellos, en un único día que no nos lleva a ninguna parte como espectadores. No existen momentos narrativos naturales que nos impliquen y nos sensibilicen frente a estos personajes, creo que no encontré un momento de vulnerabilidad o emoción lo suficiente poderoso frente a la pantalla.
Este drama lleno de disfunciones afectivas, se ve afectado, además, por una estética fotográfica sobreexpuesta, que seguramente fue intencional, pero que no contrasta bien: tantos colores y luces por fuera, con unos personajes destrozándose por dentro. Asimismo, Ira Sachs desperdició a Sintra, un lugar absolutamente soñado que podría prestarse para crear una atmosfera dramática al estilo de Woody Allen, en donde varias situaciones y personajes confluyen, causando todo tipo de drama y comedia posible a su vez, apoyándose en la magia de la ciudad. Pero, Frankie lastimosamente no se prestó para tener ese equilibrio armónico que las bellas locaciones hubieran podido regalarle.
Ahora bien, ¿Por qué este director estadounidense decide elegir a Sintra como su locación, sabiendo que en sus anteriores proyectos se había enfocado en realizarlos y ambientarlos en su país? ¿Qué quiso decirnos con esta historia? ¿Quería promover la ciudad utilizando un reparto internacional? ¿Por qué dejarnos con tantas dudas como espectadores?
Los personajes de Frankie tuvieron que recorrer forzosamente todos los lugares de la ciudad, a veces solos, a veces acompañados, pero siempre en un constante movimiento que más que hacerlo avanzar, entorpecía el filme. Por mostrar la ciudad se le olvidó la esencia, la narración, dejando de lado lo que la historia tendría por decir realmente.
Al final quedamos con una sensación de extrañeza y de sentirnos utilizados quizá solo para los propósitos de un filme comercial. Tantos dolores en los personajes, tantos vacíos y ninguno sin resolver, todas estas piezas dispuestas para contar algo que pudo haber sido profundo y que nunca lo fue. Quizá, esta película es un ejemplo de esa conducta humana que a veces intenta crear, contar o proyectar algo, pero no desde la esencia del amor, sino desde intereses externos.
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©Ingrid Úsuga
Crítica de cine y nadadora artística profesional
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