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  • Foto del escritorIngrid Usuga

El regalo del valor: Frozen II de Chris Buck y Jennifer Lee.

El regalo del valor

“Un acto de verdadero amor puede descongelar un corazón helado”.

–El gran Pabbie

El agua siempre es poseedora de la verdad. El agua recorre, se abre caminos, cae, destruye. Puede ser tan destructora como fuente de vida. En Frozen II (2019) -secuela de Frozen (2013)- Elsa, la reina de su tierra natal Arendelle, junto a su hermana Anna, Kristoff, el alce Sven y Olaf (su muñeco de nieve), se embarcan en la búsqueda de la verdad sobre el pasado de su reino en un profundo bosque encantado tapado por una nube de neblina que nadie puede atravesar. Solo los poderes de Elsa permiten que todos se introduzcan en él. Elsa, va a descubrirlo, es ella misma un regalo de la vida, una recompensa por los actos buenos que su madre tuvo con su padre, al salvarlo, sabiendo que ambos eran de sociedades enemigas.


Elsa constantemente escucha una voz que la llama, por fuera del palacio, muy lejos. Ella es la única que puede escucharla y sabe que es porque llegó el momento “de hacer lo que se debe hacer”. Elsa reconoce que es un llamado de la verdad que se quiere dar a conocer y que proviene del bosque abandonado por su pueblo. Ese canto podría ser su voz interior, que le dice que su felicidad se encuentra en otro lugar. Elsa es una reina que tiene la magia de controlar el agua, de congelarla o descongelarla. Olaf en varias ocasiones menciona que el agua puede pasar a través de cuatro generaciones, por lo tanto, es portadora de recuerdos, experiencias y verdades.

Dentro del bosque, se encuentran los espíritus del viento, agua, fuego y aire. Todos ellos están molestos por tantas guerras, y esto era lo que causaba que estuviera recubierto de neblina, en donde se estaba ahogando del dolor y no permitía abrirse a nadie más que al pasado mismo que lo estaba consumiendo. Por eso, al Elsa entrar con sus compañeros de viaje y descubrir la fuente del dolor, les demostró a los habitantes del bosque que podrían encontrar la paz y la fe, a través de la fortaleza brindada por Elsa.


Frozen II, no solo contó con una orquesta espectacular para su musicalización y un nivel tecnológico reflejado en sus animaciones increíbles; sino que trajo un valor social agregado absoluto, en el que ya no existe la princesa víctima que solo puede ser rescatada por un príncipe, y que además es “azul”; no, ahora a las niñas de todo el mundo les están mostrando (y enseñando) que ellas son las dueñas de su vida, de sus decisiones y que pueden ser líderes, que pueden ser nobles con otras mujeres -que en este caso lo fueron tanto Elsa con su hermana, como Anna con ella-, que dos hermanas juntas pueden crear puentes; y que un príncipe es un compañero de vida, de aventuras, de amor y comprensión.

Estas iniciativas narrativas ya habían comenzado desde la creación de Valiente (Brave, 2012) por ejemplo, en el que las niñas son capaces de verse reflejadas sin dificultad en estos personajes femeninos valientes, sin tener la necesidad de masculinizarse o agredir a los hombres. Estas imágenes son las que necesitamos en la sociedad, para entendernos como seres capaces. Podrá sonar cliché, pero el cine tiene, por sus características de espectáculo audiovisual masivo, mucho más talento de transformación que cualquier otro tipo de educación.


Elsa no solo es un personaje que descubre que debe escuchar su voz interior, esa que le dice la verdad y que la guía, sino que además le enseña (y nos enseña) que el camino siempre será guiado por la honestidad y por la valentía de enfrentar lo que no queremos encarar.

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©Ingrid Úsuga

Crítica de cine y nadadora artística profesional

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