El gran equipo
"Algo es seguro, ni el más escéptico lo pondrá en duda. Si realmente se lo desea... una pieza redonda entrará en un agujero cuadrado. Y viceversa".
-Bertrand, en Hombres al agua
Gilles Lellouche, el director de esta película francesa –estrenada fuera de concurso en el Festival de Cannes en 2018- nos muestra cómo juega con las frustraciones, tristezas y depresiones de un grupo de hombres adultos que descubren la natación artística -en un principio- como un medio para olvidarse de una vida no resuelta y de unos sueños inalcanzados que nada tenían que ver con este deporte. Básicamente, elige de protagonistas a unos ineptos y desadaptados, y, con ellos construye unos personajes excesivamente caricaturizados. Es una historia cliché: se toparon con algo que “culturalmente” no podía caber en su existencia y terminó siendo su método redentor gracias a un acto heroico.
La película es endeble (reflejando lo frágil de la masculinidad) y vista desde el lado audiovisual podría sentirse como convencional y predecible, no solo por la ridiculización de los personajes, sino, además, de un deporte específicamente “tan femenino” practicado acá por unos cobardes, pero… mi mirada como deportista derrumba cualquier argumento, narrativo, visual en contra, sea lo que sea que tenga que ver con cualquier técnica cinematográfica. Si me preguntaran cuánto tiempo he estado en una piscina podría decir fácilmente que un tercio de mi vida; eso de entrenar 5 a 8 horas diarias requiere de mucho esfuerzo, compromiso, fuerza mental, pero sobre todo pasión. Si me preguntaran de nuevo si una como nadadora no ha realizado actos ridículos, actos en contra de mí voluntad e inimaginables, o algo que requiriera excesivo trabajo mental y físico solo por alcanzar una meta y seguir firme en el agua a pesar de la infinidad de adversidades, señores, estaría mintiendo y sería yo la absurda aquí.
Empecemos hablando de la música, uno de los elementos prioritarios para narrar este filme y que gran parte de tiempo puede pasar inadvertida. La música divide los momentos por fuera y dentro del agua. Por dentro, refleja el estado de ánimo de alguno de los personajes, sea tristeza, desolación, o alegría... y al salir a la superficie, juega con la metáfora de que en ese instante desaparece y “vuelve a la realidad” -quizá nos pasa a los que nadamos- aprendemos a diferenciar lo que hay debajo: libertad, flotabilidad, silencio; para revelar lo que hay al sacar la cabeza: ruido, realidad, peso.
Descubrir el atractivo método de combinar lágrimas con cloro de la piscina es tan “desahogador” como “invisible”, quizá una de las mejores tácticas descubiertas por quienes la prueban (puedo afirmarlo). Y lo profundo de este punto, realmente, es que una película sobre un deporte no tiene solo el papel de mostrar lo que conlleva ser un deportista, con sus hábitos; sino que la actividad física en sí misma, es un medio de expresión, de alivio, de una combinación de muchos personajes, que confluyen armónicamente poco a poco, adaptándose y entendiéndose... Al fin y al cabo, esto mismo es lo que significa crear un gran equipo, una familia elegida en vida, donde cada uno aporta lo necesario, ni más ni menos y si un talento específico de alguno no estuviera, no existiría ese equipo, existiría otro. Esto es, lo que rescata este filme y donde el valor de este se desvía hacia esta unión ridícula o no, en donde sacan lo mejor para una competencia, como lo es en la vida real, ¿no?
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©Ingrid Úsuga
Crítica de cine y nadadora artística profesional
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