Anhelos lejanos
“La melancolía es la tristeza que ha adquirido ligereza"
-Italo Calvino
High Life (2018) es una película de ciencia ficción escrita por Jean-Pol Fargeau y dirigida por Claire Denis, una directora francesa cuyo cine previo ha demostrado una clara intención introspectiva y reflexiva. Es un tipo de cine desafiante dirigido a apasionados y sensitivos, nada de regalarnos entretenimiento con imágenes o diálogos básicos y superficiales.
Protagonizada por Robert Pattinson, quien interpreta a Monte, un ocupante de una nave espacial, junto a su hija Willow. En la Tierra, él era prisionero de cadena perpetua al que le dieron la opción de cambiar su pena para ser parte –junto a otros condenados-, de una misión en el espacio y ahí ser utilizados como conejillos de indias para la ciencia; esta “basura” social eran quienes debían ir al espacio, pues probablemente la intención era “deshacerse” de ellos, con la supuesta misión de encontrar el agujero negro más cercano y ver sus posibilidades como fuente energética. Así que los prisioneros aceptaron el reto de canjear su condena por un viaje espacial -que al fin y al cabo terminaría siendo lo mismo, pero visto desde otro contexto-.
No es un cine fácil de asimilar, es un cine que cuestiona, que nos hace reflexionar sobre la existencia de los tripulantes de la nave, de cómo sería una vida sin la tierra, una vida casi solitaria, una vida sin la luz del día, sin las costumbres, sin tener una meta terrestre, ya que el único objetivo termina siendo sobrevivir en este universo infinito, en el que no se puede regresar jamás.
¿Qué pasaría si a alguno de nosotros nos pusieran como prueba el ir al espacio sin la posibilidad de un retorno? Los seres humanos somos moldeables al lugar en el que nos encontramos, somos capaces de ser resilientes, de buscar salirnos de alguna situación que nos esté afectando, pero, además, somos ambiciosos por el poder y por el “buen nombre”. ¿Qué pasaría si fuéramos uno de los que atravesara un agujero negro y regresara con vida para contarlo? Creo que toda esa curiosidad y ambición se traduce en el poder que la ilusión crea en nosotros.
Esta película es reflejo no solo de esa ilusión humana, sino de lo extrema que puede ser la nuestra actitud cuando estamos al borde de la catástrofe. Además de reafirmarnos la teoría de Darwin en la que solo sobreviven los más fuertes (y pacientes). En este caso, Monte y Willow demostraron ser los más fuertes. Monte, se encargará de darle forma a todo el relato, es él quien a través de flash backs le da las herramientas necesarias al espectador para entender lo que le pasó antes de estar en la nave y luego viviendo diferentes momentos temporales.
Uno de los personajes con los que él interactúa es una médica (Juliette Binoche) quien manipulaba a los tripulantes a su antojo y quien quería hacer experimentos con sus fluidos, esta mujer despierta las emociones más instintivas no solo hacia ella, sino de quienes la vemos, porque desplaza cualquier tabú sexual, mostrando explícitamente al placer como algo necesario, liberador, pero a su vez enfermizo. Así como con ella, toda la película es un vínculo positivo o negativo entre los tripulantes, nada de efectos especiales, ya que aquí el protagonista no es la espectacularidad de esos efectos que recrean el universo, sino de los seres humanos que están encerrados, desesperanzados y melancólicos. Y no se necesita de una nave espacial alejada de la tierra para que muchos seres humanos se puedan sentir así. Quizá las celdas humanas están más cerca de lo que pensamos.
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©Ingrid Úsuga
Crítica de cine y nadadora artística profesional
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