Veneno Humano
"En el miedo extremo no hay piedad"
-Julio César
Al salir de la sala de cine, luego de ver Parásitos (Gisaengchung, 2019), estaba en la puerta un colaborador del lugar (un poco ansioso y acaparador, para que ningún espectador se le fuera a escapar). Nos preguntó que cómo nos había parecido la película… y yo, que todavía me sentía un poco paralizada por lo que acababa de ver, y que me había parado de la silla entre asombrada, maravillada e impactada, se me vino a la cabeza responder: "Auténtica". Sabía que necesitaba tiempo para pensar y analizar con calma, y sentí desde ese momento, que esta palabra sería digna de la película. Yo era consciente de que no sería fácil enfrentarse con una historia como esta. Quizá para algunos, el encuentro con la película no sería de mayor agrado. Pero Bong Joon-ho supo lo que hizo, y hacia dónde nos quería llevar a nosotros como espectadores.
Kim Ki-taek (Song Kang-ho) está con su esposa Chung-sook (Chang Hyae-jin), su hijo Ki-woo (Choi Woo-shik) y su hija Ki-jung (Park So-dam) viviendo -o sobreviviendo- en el sótano infestados por insectos de una casa en un barrio popular; así mismo, no tienen suficiente dinero, y el único empleo que tienen en conjunto, es plegando cajas de pizza de cartón que ni siquiera logran sostener. Parecieran estar condenados a la pobreza, pero un día, uno de los amigos del hijo, le ofrece una vacante de empleo como instructor de inglés de la hija de una familia con mucho estatus, dinero y poder. Desde ese momento, la probabilidad de una mejor vida económica se vuelve más viable. Así pues, un oportunista (como nos mostraron a Ki-woo) con su hermana experta falsificando documentos, van a ser la llave de entrada y de invasión de todas las vacantes posibles dentro de la casa de la familia rica, sea cual fuera el precio y sin lástima por las personas (de la misma clase social de ellos) que ya ocupaban esos lugares.
Bong es un director al que le gusta utilizar metáforas y ciencia ficción en sus obras, para así hacer críticas sociales contundentes sin tener que mostrar su “queja” directamente. Así lo ha demostrado en sus obras como la película de monstruos The Host (2006), Snowpiercer (2013) u Okja (2017) donde Mija, una niña quería rescatar a una cerda transgénica porque una multinacional quería convertirla en carne, y en el recorrido, obtuvo apoyo de los activistas por los derechos de los animales que están en contra de la multinacional. Así que si ya entendíamos un poco el estilo narrativo que tiene Bong para contar, sabíamos que nos íbamos a encarar con una historia diferente, pero que porta los rasgos distintivos de su cine.
En Parásitos, el protagonista ya no es un cerdo, sino los humanos. Ahora es una guerra de clases sociales que están hiperpolarizadas. Pone en evidencia (desde su punto de vista) a quienes están “arriba” y con mayores comodidades, como personas que son más ingenuas, despreocupadas y menos conscientes del mundo que los rodea; en cambio, quienes están “abajo” no solo desde el dinero, sino viviendo debajo del suelo, anhelando otra vida, con más bienestar, son descritos como maliciosos, alegres y sagaces.
La película es totalmente inesperada, hace giros sorpresivos, y a veces, hasta se podrían ver caprichosos, porque no responderían a nuestra lógica de lo que podría ser un desenlace común de una acción particular. Bong aprovecha todo este potencial de asombro para guiarnos desde un primer acto, lleno de descripciones de personajes con pequeños sobresaltos, que se van convirtiendo lentamente en una bola de nieve imparable que podría parecer una bola de fuego para el segundo acto. Es tan sutil y tan creíble, que, además, está perfectamente coreografiado (musicalmente hablando también) con la velocidad en que nos muestran las imágenes, que sentimos estarlo viviendo al mismo ritmo que lo vemos.
Parásitos, se desliga totalmente de cualquier tipo de metáfora visual como en su cine previo, ahora se enfoca en un plano más cercano a lo que es la realidad social y actual, podría ser una película de terror, en donde los monstruos son las personas con sus miserables contextos, sin que existan villanos con planes malévolos, sino un conjunto de alteraciones emocionales donde las plagas no son causadas por cucarachas o “bichos raros” sino por “parásitos” sociales que no tienen posibilidad de tener otras miradas u otras elecciones, y que la ruta única sería apropiándose y adueñándose de esos que tienen más.
Parásitos declara lo que la madurez de un director y guionista refleja en sus obras, esa de hacernos un recorrido pausado pero inteligente, hasta llegar en el último acto a un caos exorbitante e irreversible, acompañado por unas actuaciones sólidas y un extra gracias a muchas actuaciones jóvenes. Añadiéndole a los momentos de terror música clásica extradiegética catapultando y siendo irónico sobre las atrocidades que están viviendo los personajes con sus valores éticos y morales que visceralmente dejaron de existir.
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©Ingrid Úsuga
Crítica de cine y nadadora artística profesional
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