Seducido por la bondad
“Loyd, por favor, no arruines mi infancia”
-Andrea, esposa de Loyd Vogel
“Había una vez un niño que amaba a un animal de peluche que se llamaba Viejo conejo. Era tan viejo, de hecho, que era realmente un peluche sin relleno; tan viejo que incluso en aquel entonces, con el cerebro del niño todavía era agradable y fresco, no lo recordaba como "Conejo joven" o incluso "Conejo”; tan viejo que Viejo conejo era a duras penas un conejo, sino más bien un trozo grasiento de piel sin ojos ni orejas, con una sola puntada roja donde solía estar su lengua”. Así empieza “¿Can You Say...Hero?”, el perfil que el periodista Tom Junod escribió en la revista Esquire sobre el presentador de televisión Fred Rogers, director y conductor del programa infantil “Mister Rogers' Neighborhood”. Contrario a lo que uno podría pensar, el niño del que Junod habla al inicio de su artículo no es Fred Rogers, es él mismo. Tom Junod estaba escribiendo en primera persona, volviéndose parte de esa crónica.
Ese grado de involucramiento no era usual en él: su contacto con ese hombre iba a transformarlo, a hacerlo mejor persona. La película “Un buen día en el vecindario” (A Beautiful Day in the Neighborhood, 2019) no es una biopic sobre Fred Rogers, es la historia de cómo Tom Junod –llamado Lloyd Vogel en el filme- llegó a escribir ese texto, dejando de lado todos los prejuicios que la imagen de Rogers (interpretado por Tom Hanks) le provocaba.
Al inicio de la película se ve a Tom Hanks –caracterizando al señor Rogers- haciendo la canción de apertura de un capítulo de “Mister Rogers' Neighborhood”. Fue enorme la ternura que me produjo este programa de televisión “nuevo” que se cruzaba ante mis ojos. La curiosidad de ver la versión real me inundaba. A pesar de que el ritmo de la película era pausado, el mensaje que transmitió superó este punto negativo, casi que invisibilizándolo. La nobleza que Tom Hanks lograba transmitir en su mirada, era casi la misma que el Sr. Rogers tenía en cada uno de sus programas. Aunque el aspecto del actor no fuera el mismo del personaje real, su disposición corporal fue más que acertada.
Es evidente, que una persona que haya compartido su infancia junto con las enseñanzas del señor Rogers, podría sentir mucho más la emoción de acercarse a lo que fue realmente como persona, de afirmar su esencia, y de sentir con nostalgia aquellos tiempos que hoy en día ya no están. Hay momentos dentro del filme en que el señor Rogers es capaz de interrogar no solo a Lloyd, sino al espectador, porque las múltiples preguntas que le hace al periodista, también las sentimos personales, dirigidas a nosotros. La película se caracteriza por esa comunicación cara a cara con quien quiera que se cruce con el Sr. Rogers. Tanto, que no es casualidad que su mirada directa nos la regalaran por unos instantes mientras estamos viéndola.
Lloyd se caracterizaba por hacer unos escritos duros y con temas deshumanizantes. Se notaban su rabia y dolor internos con cada texto que escribía. Había arrogancia, frialdad y egoísmo en él. Entrevistar al señor Rogers no fue la mejor propuesta que le pudieron hacer, sentía que era un tema ridículo, que quizá ese personaje no era genuino ni auténtico.
Un Buen día en el vecindario es la historia del encuentro entre dos hombres y como ese encuentro cambió la vida de ambos. Al verla, entendemos que la solidaridad de otros puede mejorarnos, que el hablar, el pedir ayuda no debe apenarnos. Loyd, aquel hombre lleno de tristezas, por fin, pudo confrontarse a sí mismo, pudo autocuestionarse, fue capaz de tener el valor de buscar su paz, y fue capaz de escribir sobre él mismo, por fin. Su vida fue tocada por un hombre que realmente sí era quien aparentaba ser y Lloyd terminó redimido por la fuerza de su bondad.
¿Cuántas personas al saber ahora de la existencia del Sr. Rogers pudieron sentir que les hizo falta en su infancia? ¿Por qué iba a ser tan importante aprender en sus programas sobre temas difíciles como la separación, la muerte, el perdón, el dolor....? Nunca tuvo temor de enfrentar a los niños con esas realidades humanas. ¿Cuántos dentro de la sala de cine llegaron a sentir la nostalgia de querer haber visto uno de sus programas en una edad en que la ingenuidad y la curiosidad crecían en nosotros? La buena noticia es que quizá aún no sea tarde para ellos. Todavía hay tiempo para aprender.
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©Ingrid Úsuga
Crítica de cine y nadadora artística profesional
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