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Foto del escritorIngrid Usuga

No english speaking: Ya no estoy aquí, de Fernando Frías.


No english speaking

Unas patillas largas pinceladas con gomina, unas camisetas y pantalones anchos… unos Converse que se dejan llevar por los movimientos de unos pies hipnotizados por unas vibraciones sonoras en el fondo. Pareciese que todo alrededor estuviera magnetizado por esa música única, por esa cumbia perfecta… Pero, no estamos en Colombia, estamos en Monterrey, México; y sí, estamos escuchando su propia creación musical, su propia voz, su propio símbolo, creado a partir del nuestro.

Ya no estoy aquí (2019), es el segundo largometraje del director Mexicano Fernando Frías, en la que describe varios momentos de la vida de Ulises, un adolescente de 17 años que está sumergido en una subcultura “Kolombiana” y que, además, es el jefe de unos de los grupos –los Terkos- y debe huir a Estados Unidos para salvar su vida, amenazada por una venganza. Pero este chico no habla inglés y le toca sumirse en la ilegalidad. Ulises no está allá porque quiera experimentar “el sueño americano” y conquistar a los norteamericanos con su baile y su estilo. No, está allá porque le toca. Y por eso Ya no estoy aquí es desde el titulo una negación: todo lo que Ulises era allá en Monterrey no representa nada en Estados Unidos, más allá de causar alguna curiosidad.

Ahora bien, esta película, ambientada a finales de los años noventa, retrata lo que ha ocurrido en ese país con la cumbia, convertida en un fenómeno que va más allá de una moda: es toda una apropiación cultural en el sentido estricto del término: en México se le ha vaciado todo el contenido o propósito original a este ritmo y se le ha dado un nuevo significado, su propio significado. El origen de esta neotendencia musical fue una casualidad, ya que, por un “error” tecnológico, cuando la música se estaba transmitiendo, el reproductor musical se dañó y comenzó a reproducir la música ralentizada (“rebajada”) y, sumado a esto, el baile también cambió y su fin último también.

A esta cumbia -también llamada “Kolombia”- se la ha quitado incluso su nacionalidad original y ya hay “Kolombias” peruanas o argentinas, pero lo más impresionante es ahora su carácter tribal, casi que un ritual azteca. Fernando Frías, nos presenta este universo (desconocido para muchos -y me incluyo) en el que esta cumbia y la subcultura a su alrededor simboliza pandillas, bandos, ilegalidad; pero, también, la amistad, la redención (o el escapismo) a través de esa música, el elemento que siempre estará como protagonista en la vida de los jóvenes de ese lugar.

En Colombia solemos absorber las costumbres y culturas extranjeras, y entre esas manifestaciones, quizá sea la música la más popular y la de más arraigo: las rancheras mexicanas, el tango argentino, el rap y el hip hop norteamericano, solo por mencionar algunos ejemplos, pero no estamos acostumbrados a que nos pase lo contrario: a que géneros musicales colombianos penetren culturas ajenas y causen un impacto cultural significativo, como ha ocurrido en México con la cumbia y el vallenato.

Así que uno como espectador al ver la película, se va dejando hechizar por la armónica combinación de bailes, de gestos y de colores… Pero, confieso que sentí celos, sentí que se estaban adueñando de algo que consideraba mío. Mi música colombiana. Sin embargo, desde el principio, el filme demuestra cuán valiosa es para ellos. Los espectadores deben ver más allá de lo que una sensación momentánea y -quizá- sorpresiva pueda causar, para descubrir los mensajes implícitos que hay detrás de esta subcultura recargada de poesía musical, casi que nostálgica.

La película es también la historia de un desarraigo, el de Ulises. Este chico se va disolviendo y desmoronando en la medida en que no logra integrarse a una sociedad en la que es un marginado más, con barreras lingüísticas y culturales que no es capaz de superar. Nunca es feliz, nunca parece poder darle ahora algún sentido a lo que hacía entre sus pares. Recordemos que no es un inmigrante en busca de una oportunidad, es más un refugiado, y por eso la integración social no es su prioridad. Lo más impactante es la autenticidad con la que Frías nos expone una realidad que pareciera tener un toque místico debido a la cantidad de simbología que contiene: incluso yo llegué a hacer una analogía con la comuna 13 de Medellín, en la que se reconoce por la estética de artistas creadores de grafitis, este barrio está impregnado de sus obras, de su propia firma, de su propia esencia.

Hay cierta magia en todo el ambiente de esta película, una magia que es dada por los rituales de estos jóvenes y también por la mirada del director mexicano, en la que le da a Ulises un liderazgo, una historia, y un amuleto: su radio. Ese que resguarda en su estadía en Estados Unidos, ese al que se aferra cuando está triste y solo, ese que es el único capaz de hablarle un mismo idioma cuando todo es caótico y ruidoso, ese mismo que lo acompaña -cuando los mismos extranjeros en Nueva York no se apoyan entre ellos mismos-, ese que nunca es egoísta y ese mismo que conserva para cuando regrese a su tierra Mexicana, a su origen, a su familia a pesar de cualquier cosa. Al final de Ya no estoy aquí hay un epilogo nostálgico que cierra la narración y que confirma que la única salida de Ulises fue, es y seguirá siendo la música.

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©Ingrid Úsuga

Crítica de cine y nadadora artística profesional

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