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El pretérito interminable: Madre, de Rodrigo Sorogoyen

Foto del escritor: Ingrid UsugaIngrid Usuga

Actualizado: 20 may 2020


El pretérito interminable

Estamos en una ciudad española, viendo un plano secuencia largo, cauteloso y tan virtuoso, que apenas podemos notarlo. Estamos tan concentrados, conectados, impactados -casi que hasta paralizados- con lo que sucede, que nos dejamos atrapar por la mirada de ese lente gran angular que todo lo ve, que todo lo capta. Así comienza este filme. Y en él, una conversación casual entre dos mujeres adultas y luego una llamada telefónica, con la voz amada de un hijo al otro lado de la línea… Bastó solo este instante para desmoronar una vida entera: el de una madre. ¿Saben por qué los primeros quince minutos de Madre (2019), son tan impecables? Porque estos contienen el cortometraje del 2017 que Rodrigo Sorogoyen bautizó con el mismo nombre, y que fue nominado al premio Óscar. Ahora, ese corto es el “prologo” a este largometraje –su quinto-, en el que su reto era darle una continuidad digna a ese vendaval emocional en el que nos sumergió con ese corto.


El caos, el miedo, la incertidumbre, la fractura mental y el derrumbe absoluto, fueron las sensaciones que nos dejó el inicio. En la segunda escena, cambia completamente el tiempo, espacio y estado emocional del personaje principal. Han pasado ya diez años y volvemos a ver a Elena; en el mar, recorriéndolo, como “sin rumbo”, pero con una intención clara. Parece normal, adaptada a una aparente soledad y al sonido del viento con las olas del mar; además, trabaja en un restaurante para turistas en esa misma playa francesa desde la que recibió “esa llamada”.

Si el prólogo es la herida, el resto de la película es la cicatriz mental que se produjo en Elena. Y descubriremos que no está sola, que Joseba (Alex Brendemühl) es su pareja, y que entre ellos hay una relación afectiva no demandante para ella. Pero no nos engañemos, Elena (interpretada con enorme fuerza por Marta Nieto) no ha sido capaz de olvidar. Aún le duele, aún está absorta en recuerdos lejanos que se convirtieron en su constante presente. Es un pasado que no se muere nunca. Es ese pretérito doloroso que la sigue como una larga sombra.

Ahora bien, unos ojos azules pálidos y penetrantes, unas cejas tupiditas color dorado con visos rojos, unos labios carnosos y delicados... Un rostro joven, que combina inocencia, con un poco de picardía y curiosidad. Un recuerdo, una herida, de esas que no sanan. Pero… ¿a quién estamos describiendo o quién pueden ver/sentir de esa forma? Así es como nos muestran a Jean (Jules Porier) en el film (o más bien como lo ve Elena). Jean, es un adolescente francés que está de vacaciones con su familia en ese lugar y que se encontró atraído por una mujer mayor “la loca de la playa”, que así es como llaman a Elena -que es unos 20 años mayor que él-. Elena descubre a este chico en una de sus caminatas y, para ella, ese joven es la fiel representación del hijo que ahora podría tener junto a ella, si no se hubiera desecho como agua de mar entre sus manos.

Pero ¿quería Jean acostarse con esa mujer mayor? O ¿Elena quería recuperar en él a su hijo desaparecido? Pues, nunca nos dan respuestas a estas preguntas, solo nos dan pistas de cuáles podrían ser los motivos de esta “conexión” física y mental que hay entre ellos, pero sin existir argumentos suficientemente válidos para aclarar concretamente esa relación. La tranquilidad del desarrollo que el guion le da a la relación entre ellos dos hace que la trama tenga un tono “delicado” y cauteloso a medida que se van conociendo, sin necesitar muchas palabras, solo a través de las miradas, roces en las manos y el estar cerca al otro. Uno como espectador podría creer que este ritmo narrativo puede ser aburrido, pero no. En cambio, nos adentra en esa intimidad tan profunda, que hasta respeto llegamos a sentirles.

La película se enfoca en la mirada de esa madre que perdió a su hijo, más allá de mostrar la perspectiva de un joven inquieto por caer en el juego de la seducción y de experimentación emocional. Elena necesitaba mostrarse desde todos sus ámbitos para poder conectarse con el espectador y que este la “entendiera” como personaje. La película nunca nos deja ver lo que piensa Elena: la vemos desde afuera, rodeada por un paisaje muy vasto que el gran angular que se usó para rodar el filme no hace sino acrecentar. Por esta interpretación, Marta nieto ganó en el Festival de Cine de Venecia el premio a la mejor actriz en la sección “Horizontes”, donde Madre compitió. También obtuvo ese galardón en el Festival de Cine de Sevilla. Ella además fue nominada al Goya en la misma categoría.

Después de todo un recorrido de insinuaciones, es posible predecir qué va a pasar al final, aunque esto nunca se hace completamente claro. Elena nunca habría vuelto a sentirse emocionada, con vida y feliz de nuevo, de no haber sido por haber encontrado a este chico. Pareciese que el final fuera ese espejo de ese prólogo, un repetir -de nuevo- ese pasado, pero ahora en otro lugar, en uno más cercano y parecido al que escuchó diez años antes en esa llamada “crucificadora”. ¿Será este el símbolo final sanador que Elena por fin va a encontrar? ¿Será por fin el momento de cerrar un ciclo? ¿O será volver a entrar en un nuevo ciclo sin salida? Las respuestas las tiene el espectador de Madre.

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©Ingrid Úsuga

Crítica de cine y nadadora artística profesional

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